“
¿Quién crea el mundo? Quizás el mundo no se crea. Quizás nada se crea. Tal vez,
simplemente, el mundo siempre está, ha estado y estará
ahí."
Jonathan
Osterman (Dr.Manhattan), Watchmen
¿Qué tenemos con
los héroes superpoderosos que generan un rechazo casi instantáneo? La cultura
popular moderna suele resaltar aquellas historias en las que sus protagonistas
reflejen nuestra humanidad, con nuestros fallos y virtudes simbolizadas en los
actos de los mismos. Todos quieren a Batman y muchos
encuentran a Spiderman entrañable, pero son muy pocos los que admirarían
la figura de un ser tan cercano a la divinidad como Superman.
El fenómeno de la
identificación es crucial para generar una catarsis del lector o espectador con
la ficción en cuestión, es así de simple. Uno puede llegar a comprender el
dolor de las decisiones que debe tomar Bruce Wayne, sufrir con las heridas que
le son infligidas, podemos sentir pena por la errática vida de Peter Parker y
le llegamos a tomar cariño a pesar de sus inusuales habilidades. Conseguimos sentir admiración por ellos porque
realmente actúan como personas normales y corrientes: escogen un camino, se
equivocan, caen… Y luego triunfan y nos contagiamos de su victoria.
Quizás el
concepto “superhéroe” radica en eso: en la superación de obstáculos y retos en
forma de historias
que simbolicen conflictos que puedan extrapolarse a todos y cada
uno de nosotros: la agonía por la pérdida de un ser querido, la preocupación
por lo que deparará el futuro y la asunción del éxito como mera consecuencia
pasajera del camino que hemos escogido. Pero una cosa es el superhéroe y la
otra es el concepto de superhombre. Podemos sentirnos identificados
con seres de carne y hueso, incluso cuando alguno de ellos tenga poderes
extraordinarios, siempre que se acerquen a nuestra propia humanidad pero… ¿Cómo
seríamos capaces de comprender a alguien que puede volar cerca del Sol o
sobrevivir en el vacío espacial sin pestañear?
Superman fue el primer gran
superhéroe.
Sus aventuras comenzaron en 1938, con un pequeño tebeo llamado Action Comics. En este primer
número (que configuraría toda la etapa naciente del cómic estadounidense) se
introdujo al superhombre de una forma simplista, cándida e inocente: “un hombre
más rápido que una bala, más fuerte que una locomotora, capaz de saltar
edificios con un solo salto”. La Edad de Oro del cómic se caracterizó por el
tono de estas palabras: inocencia, luminosidad y escapismo puro y duro durante
uno de los momentos más oscuros de la historia de la Humanidad.
A lo largo de la
Edad de Oro, y con un desarrollo algo más cercano a la realidad cuando llegó la
Edad de Plata en los años 60, Superman fue ganando poderes que lo acercaban
cada vez más a un verdadero dios entre hombres: invulnerabilidad, ojos con la
capacidad de lanzar rayos caloríficos, visión telescópica, microscópica y de
rayos X, congelar cualquier cosa con su aliento… Una batería de habilidades que
pretendían convertirlo en el héroe definitivo, en un verdadero símbolo del
mañana esperanzador y guardián del mundo. Un Hombre de Acero.
A pesar de
ganarse el cariño de un público, era imposible que una persona pudiese identificarse con la figura de un
superhombre.
El quehacer de una persona indestructible, capaz de rebasar la velocidad del
sonido y pasearse por la atmósfera no era algo que se pueda aplicar en nuestra
vida diaria. ¿Cómo podría ganarse nuestra simpatía alguien así? Entonces
apareció Watchmen,
y con la misma surgió la figura del Doctor Manhattan.
La visión que se tenía sobre el
superhombre en la ficción contemporánea cambió para siempre con este personaje. Y es que
probablemente no exista ninguna pieza de narrativa gráfica que capture con
tanta precisión y realismo el alcance que la existencia de un individuo
superpoderoso tendría en la psicología social, la política mundial, la religión
y las nociones científicas que separan lo empírico de la hipótesis. Watchmen es mucho más que
esto, pero centrarse en esta concepción es lo que nos servirá para entender el
papel de estos seres en la narrativa moderna.
A todos aquellos
que se estén preguntando quién es el Doctor Manhattan, tranquilos: no se
desvelará nada en este artículo que pueda fastidiar lo que podría resultar una
lectura (o visionado, si eligen ver la película) de lo más reveladora. En Watchmen se nos presenta
un mundo muy parecido al nuestro en los estertores de 1985, pero con algunos
cambios significativos: los vigilantes enmascarados realmente existieron en los
años 40 y reaparecieron en los 60, Estados Unidos ganó la guerra de Vietnam,
Nixon modificó la Constitución para ser reelegido por tercera vez…; y existe un
ser que puede manipular la materia a nivel atómico, teletransportarse y
vislumbrar simultáneamente su pasado, presente y futuro, de manera casi omnisciente. Este ser fue en
su momento un simple doctor en Física Nuclear llamado Jonathan Osterman.
La novela gráfica
de Alan Moore cubre multitud de campos, mezcla diferentes géneros y contiene
una profunda
carga simbólica y psicológica que retrata la psique social de
constante alarma y “miedo al botón rojo” que se vivió durante la Guerra Fría,
elevado a la máxima potencia por los hechos que difieren de nuestra realidad,
especialmente la existencia de ese ser apodado Doctor Manhattan (en alusión al
Proyecto Manhattan de la bomba atómica).
En este tenso
clima, un simple hombre se convierte en un ente prácticamente omnipotente en cuestión de
semanas, desde que sufre un accidente de laboratorio que destruye su “campo
intrínseco” (la segunda fuerza más importante en la realidad física, junto con
la gravedad, según la novela gráfica) hasta que su conciencia sigue un rastro
electromagnético y logra recomponerse con un nuevo cuerpo. Un ser humano común
se ha transformado en un verdadero superhombre.
¿Qué tiene esto
que ver con Superman? ¿Por qué Watchmen captura de forma tan brillante la psicología de
alguien como el Doctor Manhattan? La clave está en que Superman es un ser
ultrapoderoso que ha crecido humildemente en una granja de Kansas y que, a
pesar de sus extraordinarias capacidades, elige ser humano y acercarse a las
personas del mundo adoptivo que le ha dado una familia, amor, cobijo y
conocimiento. Elige ser Clark Kent a la vez que Superman. Jon Osterman
(Manhattan) no tiene esta oportunidad, no puede elegir en quién se
convierte.
El personaje de Watchmen se ve
transformado en cuestión de pocos días en alguien que no es capaz de asumir su
práctica divinidad y ve cómo su actitud pasiva que le ha caracterizado a lo
largo de su vida mortal se traslada ahora a una irremediable deriva de de la
humanidad. El verdadero drama y gran conflicto de este personaje es que
realmente tiene la capacidad de amar y sentir, pero es un recién nacido con una
forma que trasciende lo que somos capaces de asimilar como especie. Era un simple
hombre que, de la noche a la mañana, se ha convertido en un dios y ha de tomar
conciencia sobre ello poco a poco en un mundo que no le da tregua.
Leyendo la
historia de Jonathan Osterman sucede lo impensable: entendemos lo que es ser
realmente un superhombre, que no un superhéroe. Alan Moore consigue
sumergirnos en la mente de esta persona con una potencial omnipotencia y el
abismo que se abre ante nosotros es escalofriantemente dramático. Ya no se
trata del terror que podría provocar la mera existencia de alguien así (cosa
que uno se plantea tras leer la novela gráfica), sino de la inevitable comprensión de lo que
significaría convertirse en una deidad. La historia es tan atrayente que
podemos palpar intelectualmente la percepción de la realidad que tendría un
ente superior.
Watchmen cambió la
historia del cómic estadounidense por esta y otras muchas razones, y sin duda
influyó en la representación de otros superhombres de cómic entre los cuales
estaba Superman. Hasta ese momento, Kal-El (nombre real de este personaje) no
había vivido el dramatismo de un ser humano porque pretendía parecerlo sin serlo realmente. Su identidad
como Clark Kent era un intento de mezclarse y sentirse humano para no afrontar
realmente la soledad que implica ser único en tu especie y que nadie llegue a
comprenderte. Jon Osterman no pasó por esto como Doctor Manhattan, no crece de
esta manera: su vida cambia de golpe y durante las páginas en las que le
conocemos está constantemente tratando de asumir y comprender su nuevo papel en
el Universo.
Es por esto que
la implicación de la filosofía de este personaje en las historias más célebres
con Superman en el centro (u orbitándolo) es más que notoria. En muchas de las
tiras de cómics de DC se sigue presentando este héroe como esa persona cercana
a la humanidad, alguien esperanzador y protector pero con una clarísima superioridad
genética, aunque hay determinados relatos que indagan mucho más en lo que
resultaría la forma de actuar y pensar de Superman si este se ubicase en una
historia más realista.
Este tipo de
argumentos surgieron a finales de los años 80 y principios de los 90, y podemos
destacar El Regreso del Caballero Oscuro y La Muerte de Superman. La primera es
otra novela gráfica aclamadísima por la crítica en la que el autor Frank Miller presenta a un
Bruce Wayne de edad algo avanzada que retoma el manto del murciélago. Los
héroes enmascarados están prohibidos, y Superman es el único activo al servicio
del gobierno de los Estados Unidos, por lo que no pasa mucho tiempo antes de
que le envíen a detener las actividades de Batman. La Muerte de Superman es uno de los
relatos más impactantes y famosos, en el que un monstruo llamado Doomsday se
bate a duelo cuerpo a cuerpo con el Hombre de Acero, falleciendo ambos en el proceso.
En estas dos
historias empieza a abordarse el verdadero acercamiento de Superman a la humanidad, tanto desde una
perspectiva sociopolítica (en la novela gráfica de Batman) como desde un
aspecto más físico y emocional (la asunción de la mortalidad en su batalla
contra Doomsday). En el primero de los relatos ya se da a entender la crítica
que Frank Miller (a través de las palabras de Bruce Wayne) le hace al
superhéroe por excelencia, una persona que debería ser un verdadero símbolo y
ejemplo a seguir que se ha convertido en un perro faldero de las Fuerzas
Armadas y en una persona absolutamente ajena a los sentimientos humanos y la
moralidad de un héroe verdadero.
Con su muerte a
manos de Doomsday, este acercamiento es aún más pronunciado: los lectores han
presenciado a un
ser casi invencible sufriendo dolor físico sin artificios: a base de
golpes como nos pasaría a cualquiera de nosotros. A través de esta emoción
primaria se llevó el personaje a una perspectiva cultural más actualizada, en
la que realmente podíamos meternos en la piel de un superhombre como se había
logrado con el Doctor Manhattan en Watchmen. Pero las dos historias que mejor
han retratado esa dicotomía humano/superhombre de Superman en la actualidad son Hijo
Rojo y
el arco argumental de Injustice, ambas muy
recientes.
La primera trata
una cuestión tremendamente inusual e interesante: ¿qué hubiese pasado si la
nave de Kal-El hubiese aterrizado en la Tierra doce horas antes? Pues que habría caído en plena Unión Soviética, se habría
criado en una de las granjas del país y sus poderes le habrían colocado
directamente como adalid del comunismo estalinista. Mark Millar plasma en tan
solo tres números cómo habría sido la evolución del superhombre en este caso,
manteniendo elementos tan importantes de la mitología de Superman como el modo
humilde en que creció, su bondad innata, sus tremendos poderes, la necesaria
presencia de Lex Luthor como su oponente principal y las apariciones de Wonder Woman,
Batman y otros similares en papeles que varían notablemente (por ejemplo,
Batman es un anarquista ruso cuya familia fue asesinada por un hijo bastardo de
Stalin).
Lo más importante
de la evolución del personaje en este relato es, sin duda, el carácter
intervencionista del estado que se extrapola progresivamente a la psique de
Superman. El héroe estadounidense gozaba de la capacidad de intervenir y
manejar el mundo a su antojo, pero prefería dedicarse a alumbrar las vidas de
las personas de una sola ciudad día a día antes que influir y cambiar el libre
albedrío de la humanidad. Hijo Rojo altera eso cuando
Stalin muere y el Hombre de Acero se ve en una encrucijada: todos quieren que
él tome el control y en un principio se niega debido a su motivación principal
por integrarse entre los seres humanos y considerarlos sus iguales. Un suceso
le hará decidirse, su mentalidad pasará a ser una personificación de la del mismo régimen
soviético y
toma las riendas políticas de toda la URSS. Así se posiciona como nueva cabeza
visible del comunismo a nivel mundial.
Injustice aborda esta
creciente obsesión por el control de una forma más drástica e infinitamente más
dramática. Se toma como base el universo ficticio en el que todos los héroes y
villanos clásicos de DC conviven, luchan y desarrollan sus vidas. Sin embargo,
la normalidad del mundo se verá alterada para siempre cuando tres sucesos
encadenados traumatizan a Superman de por vida:
- Su esposa Lois Lane y a su hijo nonato mueren ante él brutalmente.
- Metrópolis es arrasada por una bomba nuclear que se activa cuando el corazón de Lois deja de latir.
- Superman es el causante involuntario de lo anterior al ser envenenado por el Joker con una mezcla de gas del miedo y kryptonita, que le llevan a asesinar a su propia esposa creyendo que está luchando contra Doomsday.
El principal
conflicto de Superman no radica en los obstáculos que no es capaz de superar,
sino en
las tragedias y desastres que él, como superhombre, es capaz de evitar. Con este triple
suceso toda su moral se viene abajo y su vida deja de tener sentido tal y como
la había concebido hasta el momento. Se da cuenta de que ha estado pretendiendo
parecer humano cuando siempre fue mucho más, y que haber tenido esto en cuenta
antes habría evitado todo lo sucedido.
No le pasó como
al Doctor Manhattan, el cual no tuvo elección. Kal-El escogió y se dejó llevar
por una educación que le hizo vivir conteniéndose, respetando determinados
límites y actuando con la más pura de las éticas heroicas. Cuando todo lo que
era importante para él en su vida desaparece por su propia mano (guiada por la
mente de un psicópata), las barreras morales desaparecen para él y asume
otro papel: cambia esa benevolencia, autocontrol y restricción moral por un rol
megalómano, de auténtico protector del mundo y garante de una justicia única:
la suya.
En más historias
con otros protagonistas podemos comprobar cómo la figura de un dios en el plano
físico (presentada excelentemente con la historia del Doctor Manhattan) ha
contaminado e influido en personajes ultrapoderosos que tienen que hacer un ejercicio de moralidad: ¿qué papel
tiene el superhombre en el mundo? ¿Acercarse a la humanidad es un gesto de
humildad hacia los demás, o pura hipocresía con uno mismo? ¿Dónde están los
límites morales cuando eres capaz de tirar por los suelos la física moderna?
Superman ha
tenido una representación clásica de buen tipo, persona sencilla y plana con
moral inquebrantable y con vastas habilidades que lo convertían en alguien casi
invencible. Por eso no resultaba tan interesante antes: no parecía tener
debilidades, era Míster Perfecto, el héroe definitivo. Esta concepción del
superhombre se abandonó hace tiempo con la historia del doctor Jon Osterman en Watchmen, y tuvo sus primeras influencias
en las historias de finales de la Edad de Plata del cómic estadounidense. Es en
la actualidad cuando muchos relatos sobre el primer superhéroe de la historia
han mostrado una faceta del mismo que, paradójicamente, le han dotado de
humanidad al asumir su potencial patología: el complejo de Dios.







No hay comentarios:
Publicar un comentario