La humildad y la constancia nos salvan de la
voracidad del mundo. Se puede llegar a una conclusión así mediante ciertas
vías, y una de ellas es ver lo que se consigue con un enorme esfuerzo para
contar la historia más sencilla posible:
la vida de un chico desde los seis hasta los dieciocho años, con sus quehaceres
y los de su familia. Muchas veces nos hemos encontrado con ejemplos de
películas simplistas (ojo, simplistas, no simples) que quieren
ir directamente a tocar la fibra sensible con un romance rápido, con un drama
de lágrima fácil o incluso entretenernos sin complicación con películas de
acción o terror que al final todos prevemos. En
un caso aparte encontramos Boyhood.
La película que nos ocupa no
pretende ser nada especial: ni una comedia, ni un drama, ni
lograr un objetivo en concreto para venderse a un gran público. La gran virtud
de Boyhood reside
en su paciencia, en la modestia de una
propuesta tan normal y a la vez tan única que sustenta su pequeña grandeza. El
innecesario subtítulo añadido en nuestro país (Momentos de una Vida) revela las perlas de su contenido:
cómo captura con precisión cosas tan especiales en nuestra infancia y
adolescencia como las primeras gamberradas, las peleas
infantiles, el drama familiar desde el punto de vista de un niño, las
complicaciones de la preadolescencia, la primera cerveza, el primer amor...
Irremediablemente hay un "pero".
Hemos de reconocer la tremenda valentía de rodar una película durante doce años,
y el logro que resulta el crear algo con sentido y coherencia a pesar de ello. Porque seamos
sinceros: retratar la vida es un concepto tan abstracto que convertirlo en algo
concreto en tres horas resulta increíble. Ahora sí: el hecho de marcar la diferencia no convierte a una
película en algo necesariamente brillante. De hecho hay aristas fácilmente
reconocibles en la cinta. El protagonista (Ellar Coltrane) no compone un
personaje interesante, la película se vuelve tediosa en determinados momentos y
acaba sobrándole bastante metraje. Puede contarse lo mismo o mucho más con
menos minutos.
Pero no despreciemos su resultado final. Son los
detalles los que
dan vida al metraje. Ocultos en la historia principal observamos un póster de Dragon
Ball Z, oímos discusiones entre los que prefieren a Yoda o a
Grievous (Star Wars),
escuchamos una niña cantando High School Musical... Tantas cosas
que, unidas al hecho de ver el crecimiento personal y físico de los
protagonistas en directo dan verdadera sensación de realismo y consistencia a lo que se contempla. Humaniza la
historia más que ningún otro filme que se le pueda parecer y marca un hito, un
antes y un después en la historia del cine reciente.
CONCLUSIÓN: En la
fuerza de su humildad también reside su talón de Aquiles. Si bien resulta algo
tan entrañable como novedoso, no es algo que se deje ver más de una vez sin
acabar cansando o aburriendo. Mención especial al genial papel que realiza
Patricia Arquette como la madre del protagonista. Merece la pena verla.


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