He necesitado de muchas horas de reflexión
para atreverme a echar las manos sobre el teclado y exponer mi posición ante
los anuncios del cierre de SeriesPepito y la retirada de muchos enlaces y
posible cancelación futura de Series.Ly. Ambos son portales web archiconocidos
por su oferta de contenidos audiovisuales variados con multitud de enlaces para
visionarlos: series, películas, documentales...
La tormenta en las redes sociales continúa. Son
muchísimas personas las que se han indignado con estos sucesos y los que han
acusado al gobierno de atentar contra la libertad que ofrece la red para
compartir contenidos de forma legítima y gratuita, han tachado
las acciones contra las webs mencionadas de comportamiento que fomenta la censura y hasta han recurrido a la
Constitución para fundamentar sus quejas.
Sinceramente, he de decir que esto no es necesariamente el fin de una etapa de proliferación cultural vía Internet. No es el inicio de una etapa de censura en la que el Gran Hermano de Orwell te obliga a mirar programas del corazón, noticias sesgadas y series mal realizadas. Los contenidos culturales de calidad seguirán ahí, hay equipos que siguen creando buenos productos los cuales pueden verse de forma legal. Claro que "legal" en este tipo de casos incluye el verbo "pagar" de forma irremediable. Y aquí es donde quiero exponer mi punto: la legalidad no implica retroceder en el tiempo a una era sin Internet, se debe tratar de reinventar la manera de ver y compartir cultura.
¿La sociedad prefiere ver esto como una
oportunidad para la queja? Bien, pero no creo que este sea el caso adecuado.
Podríamos quejarnos, por poner un ejemplo, de que nuestro país no
es capaz de ver el potencial de la industria cultural como aparato de propaganda para crear
riqueza. Los dos ejemplos paradigmáticos son Estados Unidos y el Reino Unido,
seguidos muy de cerca por Francia. Los estadounidenses lo comprendieron a
principios del siglo XX y hoy en día la cosa es así: vemos sus películas,
alabamos sus series, escuchamos su música... Y eso crea un aura de prosperidad
que inevitablemente funciona.
Otro gallo canta a la hora de hablar de
las excesivas sanciónes que se barajan con la nueva ley de
protección de derechos de autor, pero eso es harina de otro costal en la que no
podría meterme. No soy jurista, ni economista, ni politólogo y en cuanto a
temas culturales y cinematográficos me considero un proyecto a medio realizar.
Pero sé distinguir lo que es un producto y los derechos que lo rodean, he
trabajado en un par de rodajes y he visto el esfuerzo que conlleva: es un
trabajo que tiene un coste. Lo que no podemos pretender (y
es lo que parece pensarse un enorme sector de internautas) es que por el mero
hecho de tener el derecho de producir y acceder a la cultura de forma libre
tengamos también el derecho de no pagar por un producto sin permiso del autor.
"Ya, pero es que ni la mitad de series
que son famosas lo serían tanto de no ser por Internet". Indudablemente.
He ahí el segundo factor que debemos tener en cuenta. ¿Alguien conoce Steam o Netflix? Conocemos Spotify,
es una opción legal para escuchar música y Netflix y Steam son similares en
cuanto a que son portales que permiten el visionado de series y la compra de
videojuegos a un precio muy asequible, con cada vez más calado en la sociedad.
El poder de Internet es enorme, pero hay que saber enfocarlo de manera
apropiada.
La recaudación en el cine poco a poco
levanta cabeza gracias al nacimiento de muchas webs para ver películas
legalmente, la renovación del formato doméstico con cosas como iPlus (en
Canal+) y la adaptación de los precios en salas para
hacer las cosas más accesibles a los espectadores. Vean los números de la
Fiesta del Cine o de la recaudación de los miércoles y otros días con precios
especiales y hagan cuentas. El problema surge cuando hablamos de series, un
producto que se distribuye y vende de una manera completamente diferente.
Tenemos en nuestras manos el potencial de
crear algo que rompa con lo estamos acostumbrados, nuevas formas de ver series
y programas de forma legal. Ya hay cada vez más webs oficiales de cadenas
televisivas que suben sus contenidos a Internet después de su emisión oficial.
Existen los partners de Youtube. Existe Netflix. La pregunta que debemos
hacernos es: ¿cómo reinventar la forma de ver series y atenernos
a la legalidad para ello? Las
herramientas existen y hay señales de que es el momento del cambio. Podemos
verlo como algo para quejarnos, o como algo para exprimir nuestra capacidad
creativa y solucionar este problema.
No se persigue al que se descarga algo de
Internet, sino al que lo sube o lo copia de forma ilegal,
con peor consecuencia si además hay ánimo de lucro. Si alguna vez sucede el
primer caso, será el momento de alarmarse de verdad.

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